«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?»
(Jesús de Nazaret)
La verdad del dinero es que puede proporcionarnos un estilo de vida muy cómodo y placentero, así como una falsa sensación de seguridad. Pero no puede comprar nuestra felicidad. Porque nuestro bienestar emocional no depende de lo que hacemos ni de lo que tenemos, sino de quiénes somos y de cómo nos sentimos.
Llevamos una existencia materialista para terminar dándonos cuenta de que las cosas importantes no pueden verse ni tocarse; solo intuirse y sentirse.
De pronto tenemos más dinero, pero seguimos sintiéndonos tensos e irritados. Tenemos éxito y respetabilidad, pero seguimos sintiéndonos solos y tristes.Tenemos confort y seguridad, pero seguimos sintiéndonos esclavos de nuestros miedos. Gracias a este contraste entre nuestras riquezas materiales y emocionales cuestionamos las motivaciones que nos han llevado a un estilo de vida materialista.
Cada vez más seres humanos apuestan por llevar una existencia más tranquila, simple y sencilla. Porque… ¿de qué nos sirve lo que tenemos si no gozamos de tiempo para disfrutarlo? ¿De qué nos sirve pasar el día estresados y cansados? En definitiva, ¿de qué nos sirve ganar mucho dinero si no somos felices?
ESTUDIO: Unos investigadores se centraron en los antagónicos efectos emocionales que producen la codicia y la generosidad. Y para ello, realizó un experimento sociológico con un grupo muy heterogéneo de seres humanos. El equipo liderado por Loewenstein seleccionó a 60 personas de diferentes edades, sexos, razas y profesiones, las cuales, a su vez, tenían múltiples divergencias en el plano social, cultural, económico, político y religioso.
El primer día los participantes fueron divididos en dos grupos de 30 personas. Todas recibieron 6.000 dólares (unos 4.520 euros). A los miembros del primer grupo se les pidió que en un plazo de dos meses se gastaran el dinero «en regalos a sí mismos». Y a los integrantes del segundo grupo se les dijo que usaran los 6.000 dólares «en regalos a otras personas».
Dos meses más tarde se obtuvieron resultados opuestos. La satisfacción de los miembros del primer grupo había durado «relativamente poco». Según las conclusiones, «tras el placer y la euforia inicial que les proporcionaba comprar, utilizar y poseer determinados bienes de consumo, los participantes enseguida volvían a su estado de ánimo normal». Con el paso de los días, algunos incluso «empezaban a sentirse más tristes, vacíos y decaídos, por no poder mantener la excitación conseguida con el consumo».
Por otro lado, los miembros del segundo grupo se habían sentido «mucho más satisfechos y plenos» que los del primer grupo. «El hecho de pensar de qué manera podían utilizar el dinero para beneficiar a los demás, ya era motivo suficiente para que los participantes experimentaran un bienestar interno».