
En 1992, el famoso sociólogo John Rawlings, organizó un curioso experimento en dos fases para desentrañar el misterio del génesis de la sociedad moderna basada en las libertades individuales que nosotros, afortunados primermundistas, vivimos y disfrutamos.
Fase uno:
La Fase Uno consistía en reclutar voluntarios de todos los sexos, razas, religiones y clases sociales y reunirlos en una sala convenientemente ventilada y confortable. A tales sujetos se les pidió que redactaran, de forma consensuada, una carta magna que garantizara una sociedad justa. Es decir: que todas las opiniones tuvieran cabida y se respetaran la libertad de cada uno de los individuos sin que la libertad del resto fuera mermada.
Durante la primera hora todo fue bien; los sujetos se presentaron y comenzaron a plantear el problema. Durante la segunda hora empezaron a surgir tensiones; el agricultor pedía que la plusvalía de su cosecha se repartiera equitativamente, el especulador señalaba que si quería aumentar sus ingresos debía aprender a invertir, la funcionaria reclamaba mantener sus derechos adquiridos, el maestro que los padres educaran mejor a sus hijos, la ama de casa que se le pagara un salario y una jubilación, el obrero que se redistribuyera la riqueza, la empresaria que se recompensara el riesgo, el católico que se recuperaran los valores tradicionales, el musulmán que se reconociera que hay un único Dios llamado Alá, el budista que se respetara la vida, el soldado que se aceptara la guerra preventiva, la feminista que se tuviera más en cuenta su currículum, el banquero que se pagaran los intereses puntualmente y el enano que se le llamara “persona de dimensiones reducidas”.
Durante la tercera hora, los ayudantes de Rawlings hubieron de intervenir rápidamente para sofocar la pelea que había estallado en la sala, llevándose varios puñetazos, patadas, arañazos, tirones de pelo y un mordisco en una zona muy sensible ejecutado por la “persona de proporciones reducidas”.
Fase dos:
La Fase Dos consistía en seleccionar otro grupo de voluntarios con el mismo criterio —el grupo debía representar todos los sexos, razas, religiones y clases sociales—, y encerrarlos en la misma sala, confortable y ventilada. La diferencia con respecto a la fase anterior estribaba en que a los sujetos se les mantenía aislados antes de que pudieran mezclarse con el resto. Se les vendaba los ojos, se les ataban la manos, y entonces y sólo entonces se les conducía a la sala y se les sentaba cuidadosamente en una silla para comunicarles la misión que debían cumplir. Ya sabéis: “establecer una carta magna que garantizara una sociedad justa y bla, bla, bla…”
Sin embargo, antes de dejar la sala, Rawlings avisó a sus conejillos de indias que a uno de ellos se le había retirado previamente la venda de los ojos y se le había liberado las manos para que pudiera redactar el texto final con comodidad, y que, además, se le había dado un garrote para que impusiera el orden si era necesario.
Era mentira, claro, pero los sujetos del estudio de la Fase Dos no podían saberlo. Ante la posibilidad de que un anónimo controlador armado con una porra pudiera tomarse a mal sus palabras, se mostraron mucho más relajados, colaboradores y faltos de prejuicios que los participantes de la Fase Uno.
El resultado fue una grabación de más de diez horas, que transcrita se convirtió en un texto de ciento doce folios, y que cumplía con todos los requisitos pedidos por Rawlings.
Libertad individual y justicia social: una verdadera Constitución.
Si el pegamento que constituye la sociedad es el miedo, el interés, la confianza, la ignorancia o la búsqueda de aquello que llamamos “felicidad”, este humilde narrador no se atreve a opinar en público. Prefiere que lo hagan ustedes.
Lo cierto es que todos estaremos en lo cierto.
Y aún así estaremos equivocados.
«Breve historia del pegamento social» (aquí completo) . Relato de Sergi Álvarez.
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